miércoles, 16 de noviembre de 2011

Capítulo 4: Leyendas

-Espera un momento... -Dijo Alice negando con la cabeza.- Minas de.. ¿ORCOS? Ni de coña voy a entrar ahí.

-Veeenga, preciosa... -Dijo Pierre, poniéndole las manos en los hombros para tranquilizarla.- Nos tienes a Leon a Albert y a mí... ¿Qué más quieres?

Alice se quedó en silencio y miró de reojo a Marco. Este, serio, desvió la mirada y se fue por una de las dos entradas que había, la contraria a la que señaló ese tal "Gamma". Albert salió corriendo detrás de él, llamándole, pero todos los demás se quedaron en su sitio, indiferentes.

Unos segundos más tarde, estaban entrando en las minas, encabezados por Leon con su espada y Pierre con el arco de Alice, ya que ella decía que no era capaz de defenderse. Sophie no había abierto la boca en ningún momento, pero estaba sonriendo ante todas las situaciones, parecía que aquello le gustaba. Empezaron a avanzar por la mina, con Leon y Pierre en posición de ataque, Alice siguiéndoles de muy cerca y unos metros atrás, Sophie y Violet hablaban.

-¿Por qué sonríes tanto? -Preguntó Violet, algo molesta.- No estamos precisamente para alegrarnos, teniendo en cuenta que, si Marco tenía razón, no estamos en la Tierra...

-Por eso mismo sonrío, estoy libre de todo lo de allá, esto es mejor... Orcos, Elfos, Hipogrifos... -Respondió risueña, sin dejar de sonreír.- Así que eres amiga de Marco.

-No, ya no. Antes éramos más íntimos pero... pasó algo. -Dijo Violet cabizbaja.

-¿El qué? -Preguntó ella.

-No te importa, maja. -Dijo fríamente y se fue con Alice, pero Sophie siguió sonriendo.

Estuvieron una hora caminando por los túneles, anchos, estrechos, altos, bajos, empinados, rectos... Cuando creyeron llegar, lo que vieron les sorprendió. Los orcos no eran tan sucios como los pintaban en la cultura general, eran mucho mejores. A pesar de su desfigurado rostro, estos inspiraban confianza. Dos orcos fueron a darles la bienvenida y al momento los acomodaron en una mesa de lo que parecía una especie de taberna. La mesa en la que les acomodaron estaba ocupada por tres encapuchados, dos hombres y una mujer. Cuando se descubrieron hubo una mutua sorpresa. Eran Marco, Albert y una chica. La chica era morena y bastante guapa también, de estatura media, y vestía con un hábito de sastre. Marco les empezó a contar la historia...



<< Veréis, me fui porque creía que esto iba a ser diferente, que no me sentiría rechazado. Veía que me equivocaba... Empezamos a andar por los túneles hasta que encontramos a esta chica, unos minutos después. Sin ella, a saber qué sería de nosotros... Es Isabella, la nieta del rey Magma. Sí, efectivamente, nos ha rescatado un rey, pero esa es una historia que no me pertenece a mí contarla. El jefe de orcos, "Ood", nos contará la historia. El caso es que ella también estuvo prisionera, pero sigue sin pertenecerme contar esa parte... Bueno, mejor será que vayamos a hablar con el jefe Ood.>>

Una vez Marco terminó, los ocho se levantaron y fueron guiados a los aposentos de el jefe Ood. Al llegar les hizo una reverencia el dicho. Era, probablemente, el menos desfigurado de todos los orcos, y el del rostro más severo. Empezó a contar la historia con un tono gravísimo de voz.

<< Hace... miles y miles de años, estas tierras eran totalmente diferente a como son ahora... Antes, nosotros éramos... "los malos". Los duendes, los orcos, todo eso, y las hadas y elfos y demás eran "los buenos". Pero aparte de ellos, existía otra raza... VUESTRA raza, los humanos. Lamentablemente, todos se trasladaron a lo que ahora conocéis como "La Tierra". Bueno, sólo quedaron dos, el rey de Ferlar y la reina de Mantro, que intentaban crear un estado de amistad entre los dos continentes. Nuestro continente, en el que estamos, era Ferlar. Por entonces, al rey de Ferlar, le gustaba que le llamaran "Gamma", nunca desveló su nombre real, mientras que la reina, al igual que el rey, se hacía llamar "Alfa". Un día, acordaron un trato con los habitantes. Sólo sus descendientes, educados a propósito para vivir en aquellas tierras, se instalarían allá. No tardaron en llenar el continente hasta que estalló otra guerra, entre un descendiente de el rey Gamma, el rey Gamma de entonces y un descendiente de la reina Alfa, el rey Alfa. Esa guerra la ganaron los prepotentes del rey Alfa, y nosotros, junto a Gamma, perdimos la guerra... Pero no se acaba ahí la cosa. si sois grandes pensadores, sabréis que hay una laguna entre Alfa y Gamma, y ahí es donde entráis vosotros... Señorita Alice Collins... ¿o debería decir... Reina Beta? Como lo oís, tres continentes. El bueno, el malo y el neutro olvidado... Ahora es cuando vuestras tierras corren peligro, muchachos. Todos sois descendientes de los primeros reyes de aquí, y necesitáis devolver el equilibrio. Isabella Lotto... Reina Gamma. Marco Bartlett, rey Gamma. Leon Liebe, rey Alfa. Alice Collins, reina Alfa. Pierre Voltaire... rey Beta. Violet Carson... reina Beta. Albert Reed, rey Delta. Sophie Sunderland... Reina Delta. Exacto, cuatro territorios, pero... yo no puedo contar nada del territorio de los Delta, tendréis que descubrirlo vosotros mismos... Suerte.>>

domingo, 13 de noviembre de 2011

Capítulo 3: Explicaciones

Marco estaba pensativo. Cualquier cosa era mejor que hablar con Violet. A veces, se quedaba embobado mirando a la nada, y cuando volvía a la realidad, se encontraba con alguno de los cuatro presentes mirándole, lo cual le ponía de los nervios.

No pasó mucho tiempo hasta que un sonido familiar hizo que todos se levantaran. Era el chirriar de la puerta al abrirse, esta vez mostrando la silueta de un chico en pantalones cortos, sin camiseta, con un colgante de lo que parecía ser una cabeza de lobo tallada en madera plana. El cuerpo del chico era bastante musculoso, aunque no más de lo que se le notaba a Leon. El chico tenía el pelo rizado, castaño claro y tenía los ojos azules, pero de un azul agradable y cálido. Marco no dudaba que él era la clase de chico popular en el instituto. Al momento de entrar, empujado por el que recordaba que se llamaba Florence. El chico, que estaba desfallecido, cayó al cruzar la puerta, y el sonido del portazo, hizo que todos dejaran de estar rígidos y tensos. Alice se acercó corriendo a aquel chico que acababa de entrar, con un par de lágrimas a punto de caer por su mejilla. Al llegar, empezó a zarandearlo para que recobrara el sentido.

-¡Pierre! ¡Pierre, despierta! -Gritaba la chica

Aquel tal Pierre no tardó en despertarse, con un "¿No hay nada para comer?" como única frase antes de espabilarse. Todos menos él empezaron a reír. Se tardó unas horas en explicar lo sucedido, ya que cada uno recopilaba su propia información. Al acabar la conversación, empezaba a hacer algo de frío allí, un frío nocturno, que al parecer todos sentían por la forma en la que se agazapaban en sus sitios. La puerta no volvió a tardar en chirriar, esta vez para dejar pasar a la sexta y última persona, la que tenía fama de inteligente. El pelo pelirrojo de una esbelta figura se divisaba tras el marco de la puerta, tras el cual, un rostro de facciones bellas y simpáticas dejaba ver la faz de la última chica, Sophie. Parecía que había sido la menos afectada de los siete allí presentes. No tardaron en explicarle lo sucedido, aunque extrañamente, prestaba más atención a Marco que a otra persona, lo cual a él le gustaba. Al acabar la reunión, cada uno se fue a una esquina. Alice y Pierre estaban abrazados en un rincón. Leon y Violet estaban riendo juntos en otro, Albert estaba dibujando en las rocosas paredes con una piedra, y Marco estaba leyendo un extraño libro que se había encontrado en su cartera cuando algo lo cortó.

-¿Qué lees? -Dijo con una voz clara y bastante bonita Sophie.
-Magia avanzada, por lo visto. -Contestó Marco sonriendo.- Estaba en mi mochila.
-Vaya, veo que tú también vas de mago. -Comentó ella cogiéndose la ropa a sí misma.
-Técnicamente, tú vas de chamán. -La corrigió él.
-¿Qué diferencia hay? -Preguntó sentándose frente a él.
-Bueno, verás... -Él sonrió y cerró el libro, girándose para estar cara a cara con ella.- Digamos que un mago tiene poderes sobrenaturales y un chamán tiene poderes de la naturaleza. Los animales, las plantas, los fenómenos meteorológicos...
-Oh, guay, ahora ya sé lo que puedo hacer... -Rió ella.
-Oh, eso me recuerda algo... -Se levantó y todos le miraron.- ¿Quién tiene hambre?

Todos se levantaron y fueron junto a él, dejando un espacio en medio. Él cogió el bastón, apuntó al centró, se concentró y aparecieron varias barras de pan y una jarra de agua. Algunos renegaron un poco por la simpleza, aunque, sorprendidos, le agradecieron la comida. Poco tiempo después de aquella "cena", todos quedaron dormidos.

Al día siguiente, el sonido de la puerta los despertó a todos. Un viejo muy encorvado apareció de detrás de la puerta, correteando de un lado a otro, despertando a todos los presentes.

-¡Rápido, rápido! ¡No tenemos mucho tiempo! -Dijo, a lo que todos se levantaron corriendo y le siguieron

El hombre salió por la puerta y subió las escaleras rápidamente, con los siete muchachos detrás de él. Al final de las escaleras había otra puerta que daba a un pasillo larguísimo y bastante amplio. Al fondo del pasillo, podían observarse unos elfos vestidos de guardias que se acercaban a toda prisa para atraparlos, pero antes de ello, el viejo silbó, haciendo que, con un estruendo, cayera una pared que estaba a su izquierda. Los rayos de sol entraban a través del agujero de la pared, por el que el viejo obligó a los muchachos a salir a toda prisa, cada vez con los guardianes más cerca. Cuando acabaron todos, él también salió, y a la otra parte, unos jardines eran bañados con la luz del sol. En ellos, habían cuatro hipogrifos, uno de los cuales era el que había derrumbado la pared. Por instinto, todos hicieron lo mismo, se subieron a uno, formando parejas. Sophie se subió con el viejo, Alice con Pierre, Violet con Leon y Marco con Albert. Los hipogrifos despegaron, rompiendo la cristalera del techo de los jardines.

Sobrevolaron las tierras de aquel castillo gigantesco, viendo que a las afueras no había más que miseria y tierras quemadas. Estuvieron unos minutos volando hasta que aterrizaron al lado de lo que parecía una entrada a unas minas. El viejo les explicó que en aquellas minas estarían seguros, eran las minas de los orcos. Leon saltó diciendo que aquello no tenía ningún sentido, preguntando luego que quien era él.

-A partir de ahora, nada volverá a tener sentido. Yo no puedo quedarme, pero preguntad por Ood. Decidle que os manda Gamma, él os lo explicará todo. -Los hipogrifos, ya con los muchachos en tierra despegaron.- ¡Suerte y hasta otra! -Gritaba mientras se alejaban los hipogrifos.

martes, 8 de noviembre de 2011

Capítulo 2: Atrapados

Al salir de clase, Marco iba hablando con Albert, pero a la vez pensando en sus cosas mientras iba de camino al castillo. Él solía ir detrás, olvidado, pero al menos iba, aunque aquel día como solo eran dos, nadie quedaba marginado. La razón por la cual no iba fantaseando era que los profesores le quitaban las ganas. Ese día, mientras andaba, iba haciendo tonterías con Albert, sin preocuparse por las personas que se pudieran burlar de él. Un escalofrío le recorrió el cuerpo junto con un sudor frío. Era él. Era ese hombre llamado Raimond. El hombre que se encontraba en la penumbra. Era el de las vestimentas largas, solo que iba trajeado y con un bulto en el bolsillo, lo cual Marco supuso era su pistola. Gritó a Albert para que corriera. Iba empujando a la gente. Huyó lejos, no supo dónde. Su corazón le latía muy fuerte. No se quiso parar a mirar atrás, simplemente, corría, sintiendo la adrenalina en su cuerpo. Nunca había hecho aquello, o al menos conscientemente en la vida real. En sus sueños se lo imaginaba exactamente así. Corrió hacia el sitio protegido más grande y cercano de Edimburgo, el castillo, que le venía de paso. Veía pasar coches, autobuses, personas, pero tenía la sensación de ir más rápido que todos. Por un momento se sentía como la luz, no había nada que se interpusiera en su camino. Una vez llegó a la montañita del castillo, la subió y entró dentro por las entradas que observaba. Recorriendo el castillo, se aseguró que nadie le siguiera y se metió en una habitación completamente vacía. Recapacitó sobre lo que había pasado. El rostro de Raimond era total e inequívocamente inconfundible. Lo reconocería a millas de distancia, que era lo lejos que esperaba estar de él. Abrió un pequeño tragaluz de la pared, se sacó un puro y lo prendió. Marco no fumaba, pero le gustaba el olor de los puros, así como el incienso, y esto le ayudaba a pensar.

-¿Qué hacemos ahora? –Dijo Albert cortando el hilo de pensamientos de Marco.

-¡¡ALBERT!! –Exclamó Marco- Me había olvidado de ti…

-¿En serio? No lo había notado… -Le reprochó Albert.

-Ese tío salía en mis sueños, venía a por mí… -Le explicó Marco.

-Es extraño…

-¿Por? -Preguntó Marco.

-A mí me sonaba de algo… creo que era el guía del castillo el día que vine a visitarlo… Pero cuando nos perseguía… Era como si no corriera, simplemente andaba pero siempre a la misma distancia, a pesar de que nosotros estuviéramos corriendo. Raro, ¿no? –Explicó Albert.

-Albert, por favor, vete… Lo siento si te parezco grosero pero si te quedas puedes correr peligro…

-Lo sé, y tú también lo corres, así que no me iré sin ti, ¿vale?

-Como quieras, pero déjame pensar un rato…

Marco encendió otro puro y siguió pensando. ¿Era el sueño real? ¿Conseguirían los otros escapar? Pero la pregunta más importante: ¿Si esa tal Violet, era su amiga, le habría pasado algo? A su vez se contestaron otras preguntas. Obviamente, recordaba el sueño porque era algo real. Su imaginación estaba muy ejercitada. El Marco del que hablaban era muy probablemente él. Él era uno de los seis elegidos…
Marco recobró el sentido, pero no en el mismo sitio donde lo había perdido ni con la misma ropa. Era un lugar totalmente diferente. Las paredes tenían aspecto rocoso, y sus vestimentas eran como de otra época. No tardó en descubrir que no estaba solo. Había una chica desmayada y un chico, paseándose por la cueva. Marco decidió hacerse el dormido para pensar.

-Chico, eso no cuela conmigo.- Dijo una voz potente, y al abrir los ojos una silueta imponente se alzaba ante él.

-Uh… Lo siento… -Se disculpó Marco.

-¿Qué es lo que sientes?

-Haber intentado engañarte, supongo. –Dijo.

-¿Y te disculpas por eso? Bah, déjalo pasar. Por cierto, mi nombre es Leon, Leon Liebe. –Contestó alegre aquel muchacho, tendiéndole la mano.

-Encantado, Leon. Yo me llamo Marco, Marco Bartlett. –Le dio la mano.

-¿Eres familiar de Ángelo? –Preguntó ilusionado Leon

-Soy su hermano. –Lamentó decir Marco, ya que una figura que estaba tumbada en el suelo, la cual creía que era una roca, se abalanzó sobre él.

-¿ME ESTÁS DICIENDO QUE ERES MARCO BARTLETT, HERMANO DE ÁNGELO BARTLETT? ¿EL QUE LE DA IDEAS? SOY UNA GRAN FAN SUYA. ME LLAMO ALICE, ALICE COLLINS-Empezó a gritar aquella chica, que era bastante guapa.

-Encantado, Alice, pero por favor, deja de gritar…-Dijo Marco riendo, quitándose las manos de las orejas.

-Lo siento… ¿Por cierto, quien es el chico ese con el que has venido? Es que está muy callado… -Preguntó ella, a lo que Marco se giró y vio que Albert estaba allí con los brazos cruzados.

-No volverá a pasar, Albert, lo siento… -Se excusó.

-Más te vale. -Dijo amenazante, aunque no pudo evitar sonreír.

Marco se sentó a observar la escena. Sus vestimentas eran como las películas de fantasía que había visto, y la cueva, porque indudablemente estaban en una cueva, tenía una puerta cerrada con llave, por la que supone que entraron a dejar a todas las personas. Al mirar a Leon un sentimiento de envidia le recorrió el cuerpo. Era un chico alto, esbelto, bastante guapo y musculoso, pero no musculoso como los luchadores de boxeo, sino como los actores. Tenía el pelo largo y castaño, a juego con sus ojos, y una nariz que parecía esculpida a la perfección. Él le recordaba a algún personaje de videojuegos, de los protagonistas. Su vestimenta era distinta a la de Marco. La de Leon era más bien una especie de armadura, lo que los guerreros llevarían si el mundo no tuviera tantos avances tecnológicos. Su vestimenta era característica por llevar un pañuelo en la cabeza, recogiéndole el pelo hacia atrás, ya que en las guerras el pelo en la frente molestaría mucho. Por aspecto de rigidez del pecho, dedujo que cargaba con algún tipo de chaleco antibalas o similar. La camiseta era una de esas que parecía estar hechas a partir de pequeños círculos, unidos uno a uno. En las piernas, por el contrario, parecía no tener ninguna protección, sólo unos pantalones. Marco, estaba vestido de forma totalmente diferente, ya que llevaba una larga túnica verde oscura y al lado de donde estaba tumbado había un gran bastón. Al momento recordó que así era como vestían los magos y brujos de las películas, así que sus manos fueron directamente a tocarse la barbilla, pero para alegría suya no tenía la larga y blanca barba que todos se dejaban. Albert era el que llevaba la vestimenta más normal dentro de lo que cabía. Tenía una camiseta con color y textura de saco que casi le llegaba a las rodillas, con unos pantalones no se sabía donde empezaban y donde acababan, metidos por dentro de las zapatillas, más parecidas a botas de tela. Llevaba también un cinturón en la cintura, por encima de la camiseta, con huecos para poner un saquito con monedas y una botellita de cualquier pócima. Los brazos los tenía cubiertos por una tela igual a la de los pantalones, tejida a modo de mangas y por último llevaba algún tipo de manto sobre los hombros, redondo y con una capucha. Alice tenía un traje sencillo, iba de arquera. En el tronco, portaba una armadura como la de Leon, en este caso escarlata a juego con sus zapatillas. El pantalón no tenía nada de normal, era de tela vaquera y bastante ajustado. De todas formas, Alice, aún vestida así, era la muchacha más guapa que Marco jamás había visto. Tenía el pelo rubio y liso, y los ojos verdes. A pesar de que estas características se parecieran a las de Nisa, ella tenía un aspecto mucho más agradable y amigable, y desde luego, la belleza de ambas no se podía comparar, ya que Nisa,para él, carecía de ella.

-Chico, si sigues con los ojos cerrados te vas a dormir. –Le dijo Leon.

-¿Por qué nos llamas “chicos” si tienes la misma edad que nosotros? –Pregunto Albert antes de que Marco pudiera contestar.

-En el vocabulario que me inculcaron en casa. –Contestó, encogiéndose de hombros. –De todas formas… ¿Has deducido algo importante, Marco?

-Verás… -Empezó a contar. –Según el sueño que tuve, nos buscan porque tenemos algo especial, así que supongo que vamos a estar aquí por bastante tiempo, si no, no se habrían molestado en cambiarnos la ropa en lo que yo creo que van a ser nuestras funciones. Ah, y también, por lo que veo… -Intentó seguir Marco, pero el sonido de la puerta lo despistó.

Por detrás de la puerta podía verse a Colette, obligando a Violet, su Violet, a entrar en aquella cueva extraña, pero no bruscamente. Ella por lo visto también iba disfrazada, y no de un disfraz cualquiera, iba de maga, como Marco, pero no era la misma vestimenta. La de ella era una larga túnica negra, abierta y por debajo una camiseta de lana, también negra. Las mangas le venían largas, y en general, bastante ancha y larga, al igual que a Marco. La tensión y las miradas que habían entre los dos eran bastante fuertes, ya que no esperaban encontrarse en un lugar como aquel.

-Bueno, por lo visto quieren que crezcamos… -Interrumpió Albert en la sesión de miradas, para que no acabara como él pensaba.

-Sí, supongo. –Suspiró Marco a la vez que se dejaba caer en el suelo.

Capítulo 1: Sueños

Marco Bartlett despertó repentinamente de su extraño sueño al oír la música de Aerosmith sonando en el despertador de su móvil, la cual cambiaba cada día. No es que Marco fuera un genio de la informática, pero le apasionaba, ya que trucaba el despertador para conectarlo a la lista de reproducciones de “Youtube” y así escuchar cada día una de sus canciones favoritas. Él hacía todos los días lo mismo: desayunaba, se vestía, miraba las noticias en Internet, cogía su frase del día e iba al instituto. Como todos los días, se dirigió a la cocina, a coger su desayuno, sin saber que la serie de decisiones tomadas le llevaría a otra forma de vida. Él no comía mucho, de hecho, casi ni desayunaba, así que cogió su batido, se vistió con la ropa de segunda mano de sus hermanos y se preparó la mochila pensando en el aburrido día que le esperaba por delante… o al menos eso era lo que él creía. Tanto él como los otros cinco no sabían que aquel día daría un giro drástico tanto a sus vidas como a las de las personas de su alrededor.
Marco iba de camino al instituto, inventándose sus propias fantasías, ya que una de sus mayores cualidades era la imaginación, un concepto que pocas personas conocen en realidad. Muchas veces llevaba su mp3 rojo metálico para inspirarse con música orquestal. Él siempre iba solo al instituto, ya que no era muy popular entre los suyos. Marco era bastante raro, y ésta era una de las cosas que le hacían así. Otra de ellas era que Marco no sabía cual era su aspecto, ya que no tenía espejos en casa y cuando pasaba por al lado de uno por la calle, no lo miraba. Aquel día iba tan tranquilo que no se daba cuenta que alguien le perseguía, aunque a la vez les pasaba lo mismo a los otros cinco simultáneamente. Lo único que no soportaba Marco del camino era encontrarse a Nisa. Sólo su aspecto ya le daba verdadero asco.
Una vez llegaba al instituto, Marco se reunía con sus amigos, y hablaba sobre los programas de la noche anterior, contaba chistes o simplemente, bostezaba. Incluso si podía sacaba su cámara de fotos, la cual era de las buenas, y le hacía fotos a las vistas, las plantas, o incluso a sus “amigos”. Ellos no es que fueran de los que siempre iban con él, pero algo era algo, y Marco lo apreciaba. Él nunca había estado tan bien como en ese momento, era feliz. No era una de esas personas arrogantes e hipócritas, ya que nunca había tenido amigos y sabía qué hacer para no perderlos.
Al llegar a clase, Marco no atendía al profesor, sino que sacaba la libreta y apuntaba las locuras que se le ocurriesen, para luego vendérselas a su hermano, un famoso guionista italiano llamado Ángelo. Su hermano era famoso hasta tal punto de haber sido ganador de un Oscar. Por supuesto, en la gala dio las gracias a Marco por ayudarle. Si Marco se caracterizaba por algo era por dar sin recibir nada a cambio. Todos sabían que la palabra “Gracias” era tabú delante de Marco, hasta tal punto que si se la decías podía pasarse días sin hablarte, pero sí haciéndote favores. Pero claro, se trataba de su hermano, y Marco tenía muy claro que a él no iba a dejar de hablarle. Eso no lo pasaba por alto. Las únicas clases que le interesaban eran educación física, inglés y música. Le apasionaban tanto el inglés como la música, hasta tal punto de haber llegado a comprarse todos los instrumentos necesarios para formar una banda musical, pero los cuales solo tocaba él. Era un genial pianista, puesto que practicaba en unas teclas dibujadas en un papel en todas las clases. El caso es que le gustaba pensar en sus cosas, estar en su mundo y olvidarse de todo lo que había alrededor. El poder de la imaginación era algo no muy común en la gente, pero sí tanto en él como en los otros cinco. A pesar de que de normal hacía todo eso, ese día era especial. El sueño que había tenido era bastante más raro de lo común. Lo recordaba a la perfección, cosa también más rara de lo habitual, ya que él no solía recordar todo lo que soñaba, si no más bien, tenía vagas ideas de lo ocurrido en el sueño y no completo, si no una parte.
<< Estaba en una cámara circular de aspecto antiguo, pero no de ese estilo romano o griego. Era una sala el estilo de la habitación de la mesa redonda, o al menos como él se la había imaginado, mezclado con un estilo fantasioso. Un aspecto en parte de esos cuentos que te relatan de pequeño sobre trolls, hadas, duendes y ogros y en parte de esos relatos de caballeros. Era una sala que solo de verla daba cierta comodidad, agradaba estar allí. Mirando hacia arriba se descubría un techo de cristal, el cual daba al exterior, mostrando un fenómeno muy extraño: mitad de la sala estaba bañada de luz, mientras que la otra estaba oculta en la penumbra. Había un círculo en el centro de la sala, el cual estaba rodeado por unas sillas altas, más bien parecidas a tronos, en las que se alzaban seis figuras humanas, o al menos de aspecto humano con vestimentas largas y blancas. Los rostros de éstas estaban algunos deslumbrados por el sol y otros ocultados por las sombras. Entre las figuras que se alzaban a la luz del sol se podían distinguir dos mujeres y un hombre mientras que Marco pudo observar que en la penumbra había lo que él creía dos hombres y una mujer. Empezó a hablar un rostro que intimidaba, el cual se podía suponer que era el jefe también porque su trono era el que sobresalía de los otros cinco. Entonces Marco se dio cuenta de que cada trono tenía una letra, supuestamente la inicial de el nombre del que ocupaba el trono. El trono más alto tenía la letra P.

-Queridos compañeros y compañeras, me place anunciar que los elegidos están listos para ser… cosechados -Dijo acompañado de una sonrisa-, y vosotros cinco seréis los recolectores. Sin embargo ciertos frutos se resisten, no quieren salir del lugar donde han crecido y madurado, y para recogerlos no solo hará falta fuerza bruta, sino que tendréis que convencerlos. Más vale maña que fuerza. ¿Algo que objetar? -Dijo concluyendo su pequeño discurso de maestro.

-De hecho… - Dijo la mujer con una C en la silla, rompiendo ese silencio.- Yo querría saber qué chico nos tocará a cada uno. -Respecto a eso creo que cada uno debería escoger el suyo -Sugirió en voz muy alta el señor A, puesto que empezó a haber un poco de revuelo-. Pero no deberíais ir todos a por Leon, por ser el mejor, ni todos a por Sophie por ser la más inteligente, cada uno que escoja con el que crea que se siente identificado.

-En ese caso, si todos están de acuerdo, yo me quedaré con Leon. Los dos somos exactamente iguales  -Presumió P-. Axel, tú deberías quedarte con Sophie, esa decisión que has tomado ha sido muy sabia. Espero que no tardes. Vesta y Florence, id a por Petra y Pierre. Por lo que he investigado, nunca se separan. Colette, ves a por Violet. Tendrás suficientes cualidades, aunque creo que a testaruda no te superará. Y por último, Raimond, no me he olvidado de ti, pero tú deberás ir a por Marco. No tengo nada más que decir, sólo que esta misión puede sea una de las más difíciles que nunca hemos tenido, al fin y al cabo son los 6 supuestos elegidos. Por cierto, otra cosa, traedlos pero de forma que sean ellos los que quieran venir, y llevadlos hasta la cueva. Una vez allí, cerradles la salida para que no escapen. Me llamaréis pesado, pero os lo repito por tercera vez: por favor, no uséis la fuerza, nos deben ver como amigos, no como lo contrario. Eso va por vosotros, Raimond y Axel, sed suaves. Con esta frase, concluye nuestra reunión de hoy. Espero que nos veamos las caras mañana, así que descansad para cumplir la misión bien. Podéis ir, hermanos. >>
Muchas preguntas le venían a la cabeza a Marco, pero cuando volvió en si, vio al otro lado de la clase a la chica con las que más momentos había compartido, con la que más se había reído, y de la que era amigo desde primeria… hasta hace unas semanas. Ni los nublados cielos de Edimburgo retrataban la tristeza que él sentía al mirarla. Era como una sensación de los años perdidos. Puede que por eso le tuviera tanto odio a Nisa, ya que fue la que hizo que se pelearan, pero a él no le importaba, ya que no eran amigos, pero se no se odiaban, justo lo opuesto de lo que pasaba con Nisa. De pronto le vino a la cabeza. El escalofrío que sintió al oír ese nombre en el sueño, tan junto al suyo. Ese escalofrío satisfactorio y de buenas vibraciones que le transmitía oír el nombre de esa persona. Esa que había sido tan buena amiga suya de la cual le encantaba su nombre por la sensación que le daba. Violet Béart.
Aquel día necesitaba despejarse, tenía demasiadas cosas en la cabeza y no se daba cuenta de lo que pasaba alrededor.

-¡¡MARCO BARTLETT!! –Gritó la profesora de Biología.

-Dígame profesora. -Contestó Marco sin apenas inmutarse.

-¿Cómo que le diga? ¡Debería estar atendiendo y está en su mundo, y encima cuando le llamo la atención ni se inmuta! –Le reprochó la profesora.

-Lo siento, profesora… -Se disculpó Marco.- ¿¡QUÉ QUIERE! -Gritó Marco, a lo que la clase estalló en
carcajadas.

-¿ESA ES FORMA DE CONTESTAR?

-Usted me lo ha pedido, profesora.

-...Esta te la paso, Marco, pero atiende, ¿vale? -Dijo tranquila después de soltar un largo suspiro.

-No se lo prometo, pero lo intentaré.

-De acuerdo.

Aquella profesora era una de las que peor le caía. Quitando de dos o tres, los profesores de todas las asignaturas le caían fatal pero más de una vez Marco se mordía la lengua para no gritarles, aunque alguna vez no aguantaba.
Durante todas las clases no hacía más que pensar el sueño y en todas las preguntas que ello suponía. Él no era muy bueno dibujado, por eso fue a hablar con su amigo Albert Reed. Era, si no el mejor, uno de los mejores dibujantes de su edad. Aquel patio se quedaron en clase, escondidos para hacer la recreación de la sala del sueño de Marco. Era muy importante para Marco el que Albert recreara el sueño. Cuando Marco se lo contó, Albert hizo un dibujo en 5 minutos el cual era una recreación exacta de la sala que había soñado Marco.

-¿Cómo lo sabes tan a la perfección? Has hecho hasta los más mínimos detalles. –Preguntó extrañado Marco.

-Es una sala privada del castillo de aquí, de Edimburgo. –Contestó sorprendido de que Marco no lo supiera.

-No visito mucho los monumentos de aquí… Pero, ¿cómo lo sabes?

-Leí un cómic en el que salía, así que por la curiosidad fui a comprobarlo, me colé y, en efecto, era real.

-Curioso. Tendré que ir a verla. –Dijo Marco pensativo.


-Te acompañaré. –Propuso Albert

-No hace falta si no quieres. –Rechazó Marco, modesto.

-El problema es que quiero.-Insistió Albert.

-Pues vale, como quieras...

Marco quedó mirando el dibujo asustado, impresionado, pensativo. ¿Le ocultaba algo Albert? El timbre sonó, a lo que Albert y él volvieron a sus sitios, preparados par dar las últimas clases del día. No tenía nada de lo que preocuparse. A pesar del odio que mantenía por su profesor de física, pasaba de él, y luego le tocaba matemáticas, la asignatura en la cual era el profesor el que pasaba de los alumnos. Siguió mirando el dibujo durante toda la clase, buscando algún fallo, algún maldito fallo que no encontraba. Al sonar el timbre de cambio de clase, Albert se acercó y le pregunto si había algo mal.

-¿Ves los tronos? –Preguntó Marco.

-Pues claro. –Contestó Albert.

-Están mal. –Dejó caer Marco

-Visité el castillo con mis propios ojos, estoy seguro de que eran así.

-No en mi sueño. –Insistió Marco.

-¿Y cómo eran? –Preguntó Albert bastante curioso.

-Altos, muy altos, desiguales, blancos, con una letra en cada uno. –Intentaba recordar Marco.

-Bueno, cuando visitemos el castillo veremos quién tiene razón. –Dijo con un tono un poco testarudo Albert.

No cambió mucho su comportamiento durante la siguiente clase, siguió mirando el dibujo hasta que se cansó, guardo e hizo los ejercicios que el profesor hacía en la pizarra. Estaba deseando acabar cuando el timbre del final del día, semana y mes sonó. Cogió su cartera, fue a la cafetería del instituto a comprarse el bocadillo para comer después de visitar el castillo, y ya de paso se compró unos refrescos y unas botellas de agua para llevar a casa y no tener que ir a comprar en todo el día, ya que cenaba en casa de su tía.

Prólogo.

Nisa era una chica normal, aunque “normal” era un término bastante equivocado, o más bien, contradictorio con respecto a su carácter. Una chica así es como las que hoy en día abundan por el mundo, esas personas que las ves, y sin saber por qué te transmiten buenas vibraciones, pero al conocerla tu punto de vista cambia totalmente. Mucha gente se pregunta “¿Cómo?”. Esa es una respuesta fácil. Sus cabellos eran rubios, con cierto resplandor, rizados & brillantes cual rayo de sol. Su cara no era redonda, pero sí bonachona. Ojos redondos y grandes, azules y siempre con una gran sonrisa en la cara. Si una persona se para a analizar puede parecerle Alicia, de Lewis, pero si en cambio lo hace una persona especial, como Marco, no tarda nada en descubrir que los gestos que la caracterizan no son menos que malvados. Según la mitología, las sirenas embrujaban a los marineros con un canto (imperceptible para una mujer cualquiera) para aprovecharse de ellos. Tenían un aspecto especialmente bello, para poder atraerlos más fácilmente. Eran rubias con ojos azules. Ese era el parecido de Nisa con las sirenas. Su sonrisa no era de felicidad, era malévola.


¿Pensabas que este libro sería de otra forma? Te has equivocado. Si esperas que este sea un libro de vampiros que se enamoran de humanas, un libro en el que el protagonista sea desdichado y un suceso le cambie la vida o incluso en el que los protagonistas necesariamente tengan que ser todos buenos y para colmo, tengan que ser amigos y así aprender lo que es el compañerismo, la amistad y la enemistad, este NO es tu libro, así que cierra lo que estés viendo ya sea el Word, la entrada o el libro y déjalo aparte. Si eres alguien de los que buscan alguna variedad en los libros que leen, éste es tu libro. Disfrútalo, y bienvenido a Necrópolis.